El oficio de vivir está plagado de sencillas reglas no escritas que conviene tener siempre presentes para poder mantenerse a flote con unas mínimas condiciones de dignidad y decoro.

Una de estas leyes podríamos enunciarla así: “si intentas siempre evitar las dificultades, tarde o temprano te meterás en problemas”.

A cualquier persona le conviene saber cuanto antes que estar vivo conlleva hacer frente a permanentes batallas y desafíos. Que estos son inevitables. Que estamos inmersos en luchas de intereses que nos van a obligar, en ocasiones, a mantener posturas ofensivas que disuadan la resistencia y la hostilidad de los demás. E incluso que urge vencer cuanto antes el temor de enfrentarse a la agresividad de los más violentos si lo que se pretende es tener la fiesta en paz y vivir tranquilos.

Puede parecer una paradoja pero no lo es. Por supuesto, no se trata de avasallar. Se trata simplemente de no dejar que nos avasallen.

Es una postura que aprendí a adoptar, de manera intuitiva, en la primera infancia, cuando uno era un niño introvertido y pacífico que iba mucho a lo suyo, sin meterse con nadie, y aún así se veía molestado, sin comerlo ni beberlo, por quienes eran más violentos y pretendían imponer, por la fuerza, sus propios intereses.

Luego he tenido ocasión de reflexionar sobre todo esto y ahora puedo decir que fue mi hermano David la primera persona que me enseñó, con su ejemplo, que ante los agresores no vale mantener una postura pasiva. Que la pusilanimidad y el retraimiento nunca son la solución; al contrario, la mayoría de las veces son la fuente de la que manan todos los conflictos. Como sabemos todos los que trabajamos en el ámbito educativo, por desgracia el niño que no le hace frente a quienes lo avasallan acaba siempre avasallado.

Es muy loable no querer meterse en problemas, claro que sí. De hecho, ese es el objetivo. Pero aún es más digno de elogio el saber hacerse con las herramientas que nos protejan de los problemas cuando estos sobrevienen; y también el aprender a librarse del miedo y la culpa cuando nos vimos obligados a actuar para evitar sentirnos sometidos por aquellos que trataron de someternos.

Nunca amilanarse ante los agresivos, e incluso ante los pasivos agresivos, que tanto abundan hoy día, podría ser otra de esas reglas a tener en cuenta. Si eres sumiso, cosecharás los frutos de la sumisión. Si lanzas al aire el mensaje de que harás todo lo posible para evitar problemas, nunca te librarás de la extorsión de los violentos, que establecerán contigo una relación de explotación.

Lo que urge es establecer límites. Mostrar cuanto antes que hay líneas que no deben cruzar. Que no estás dispuesto a dejar que nadie te mangonee. Que preferirías no tener que luchar pero que estás preparado para la lucha. Que no eres un enemigo a batir pero que estás dispuesto a batirte con todos aquellos que se empeñen en considerarte un enemigo.

Por cuestiones laborales que ahora no vienen al caso, he tenido muy presente todas estas ideas en los últimos meses. Y todo lo ocurrido me ha hecho recordar un viejo artículo que publiqué hace 12 años en un periódico local y hace 6 en mi antiguo blog, ahora convertido en mi página web. Lo he vuelto a leer esta semana y me sigue gustando mucho. Me gusta hasta el título:La necesidad de batirse”. Y es que se trata de eso; de que a menudo no queda más remedio que batirse en duelo si luego vamos a querer mirar nuestro rostro reflejado en el espejo sin sentir vergüenza de nosotros mismos.


Imagen destacada: Los proverbios flamencos, de Peter Brueghel, el Viejo, 1559