Artículo publicado en La Voz del Sur, 21/3/2020

Creo que una de las causas del creciente fanatismo que observamos en tanta gente es la tendencia a confundir resentimiento social con ideario político

Dicho de otra manera: hay demasiada gente que cree que sus razonamientos responden a los principios de una determinada ideología, cuando, en realidad, son respuestas dictadas por el resentimiento social que les mueve.

Resulta muy fácil reconocerlos. Son los que solo repiten consignas; los aficionados al eslogan pegadizo y viralizable; los que adoptan poses y posturas recomendadas por aquellos que, con tal de medrar en política, vieron la ocasión de dirigir todo el resentimiento social que había ido acumulando la gente en los últimos años; son también quienes popularizan nuevos términos para imponer esa especie de neolengua que en realidad nadie habla, pero que obliga, sin que nos demos cuenta, a dirigir el pensamiento hacia una determinada dirección ideológica.

Es muy difícil razonar con esta gente. Puede que imposible. En cuanto oyen o leen tres palabras que se alejan un poquito de la consigna que se han aprendido de memoria y sin razonarla, su cabeza cortocircuita. No lo entienden. No quieren entenderlo. No lo van a entender.

Por eso no admiten la discrepancia.

No aceptan los matices.

Ni siquiera el más mínimo matiz.

En su limitada y fanática manera de pensar, todo es blanco o negro. No hay colores. No ven la realidad en todo su esplendor, con toda su complejidad. Para la gente que así razona, solo hay dos posibilidades: o eres de los suyos o eres de los otros. No hay más opciones.

Los míos y los otros… ¡Qué pobreza mental!

Y la verdad es que estoy rodeado de gente así. Cada vez hay más. Y por todas partes.

Para sobrellevarlo con humor y no frustrarme más de la cuenta, confesaré que me he inventado un juego que me divierte mucho, y que recomiendo encarecidamente para mantener la salud mental.

El juego consiste en no discutir demasiado. Solo un poquito, pero de manera escalonada. Primero finges que estás de acuerdo con quien ya sabes que es un fanático y luego, cuando menos se lo espere, introduces un pequeño matiz. Una mínima discrepancia. 

La estrategia es esta: 

  1. Primera fase de la operación, o fase de fingimiento: Procura utilizar muchas expresiones encaminadas a crear una sólida empatía con el fanático emisor; del tipo: “claro, claro”; “que sí, que sí…”, “por supuesto”, y por ahí más o menos.
  2. Segunda fase de la operación, o fase porculera: Sin previo aviso, para cogerlo desprevenido, introduce en la conversación, cada dos o tres minutos, conectores de oposición de este tipo: “pero”, “sin embargo”, “no obstante” o similares, más algún que otro argumento destinado a enriquecer el diálogo con un matiz discordante, diferente o potencialmente controvertido, sin que importe demasiado si realmente te lo crees o no. ¡Qué más da! Se trata solo de poner a prueba la templanza y el talante democrático de nuestro receptor. ¡Pero cuidado! Sin pasarte. No se trata de introducir en la disputa toda nuestra artillería pesada, sino solo parte de ella; la puntita nada más. Recomiendo introducir solo un 10% de desacuerdo.
  3. Tercera fase o fase de observación: Probablemente la más divertida. Observa al fanático con atención y estudia las reacciones que provocan en él ese darse cuenta de que no encajas en el único perfil ideológico que él es capaz de aceptar: silencio espeso, mirada pétrea, temblor de labios, decepción en las mejillas, rictus de sorpresa, de desencanto, de resentimiento, de odio, de asco…
  4. Última fase o fase de aguantar el chaparrón: A decir verdad, y para ser justos, no todos los fanáticos llegan a este cuarto estadio de involución del raciocinio. Lo normal es que se queden en la fase de observación, juzgándote en silencio y alimentando sus prejuicios hacia ti. Pero quienes sí se aventuran por los territorios insultantes de la cuarta fase, además de los insultos y los prejuicios, suelen echar mano de las otras dos lacras de nuestro tiempo: el uso mendaz del victimismo como única forma de tener razón, y el recurso tóxico a la emocionalidad de corte pasivo-agresivo con el fin de hacerte sentir culpable y que evites expresar libremente tu opinión, tan distinta a la de ellos.

Que no te amedrenten. Nunca te amilanes ante estos nuevos fanáticos que nos legó la primera década de este siglo. Tienen los días contados. Al igual que el Coronavirus, esa forma de fanatismo tan de moda en estos últimos años, pasará. 

Ese modo de disfrazar el resentimiento social detrás de una ideología, que además pretenden que aceptemos en lote completo y sin matices, también es un virus. Y sospecho que juegos como el que he expuesto anteriormente pueden servir para inmunizarnos contra él. Llegará el día en el que ya no nos afectarán ni sus insultos ni sus estrategias para oprimir la libertad de expresión. Porque de eso se trata; de restringir la libre circulación de pensamiento.

Más pronto o más tarde, al igual que con el Coronavirus, encontraremos la vacuna definitiva para combatir, pacíficamente, tanto resentimiento y tanto fanatismo.

Y que nadie se equivoque. A lo largo de la Historia, el fanatismo siempre utilizó los mismos ropajes; el mismo disfraz. Los fanáticos suelen creerse seres superiores. Se revisten con la fastuosidad engañosa de la virtud. Siempre dicen ser virtuosos y de moralidad intachable. Y siempre, siempre, parecen inofensivos.

También el Coronavirus iba a ser inofensivo. ¿Lo recuerdan todavía, o es que ya se han impuesto las consignas y los eslóganes en tantas y tantas cabezas? Lo decían hace tan solo un par de semanas. A esto que se ha convertido en una pandemia de proporciones planetarias, pretendieron disfrazarlo con los ropajes de una simple gripe. Contraviniendo, por cierto, las recomendaciones de las autoridades sanitarias más prestigiosas.