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Gaspare Mutolo y Tommaso Buscetta

Tommaso Buscetta


La Piedra Rosetta de la Mafia Siciliana


Tommaso Buscetta, el “capo de dos mundos” que en 1984 se convirtió en el arrepentido por antonomasia tras sus históricas declaraciones ante el juez Giovanni Falcone, es quizá la personalidad más compleja e interesante de la Cosa Nostra siciliana, sobre todo si tenemos en cuenta que su paradójico “arrepentimiento” no fue otra cosa que una nueva manera de reafirmarse, casi con orgullo, en su condición de miembro de una Mafia que había dejado de existir, según él y otros pentiti posteriores, en la época en la que Buscetta tomó la decisión de comenzar a hablar, aportando una ingente cantidad de información sobre la Cosa Nostra y confirmando de esta manera la existencia del fenómeno criminal llamado Mafia.

Conviene aquí recordar que aunque hoy ya nadie duda de la existencia de tal fenómeno organizado, todavía en la década de 1980 había muchas personas que consideraban que la Mafia no era una organización criminal como tal, sino más bien, y únicamente, un estado mental que había afligido al pueblo siciliano durante toda su historia, una especie de “sentimiento mafioso” que nadie que no fuera siciliano podía llegar a entender. A este respecto, resulta ya clásico mencionar la incomprensión con la que se encontró el juez Falcone en los inicios de su carrera por parte de muchos de sus compañeros de oficio. Uno de los magistrados con los que trabajaba habitualmente, un incrédulo, le llegaría a preguntar: “¿pero tú crees realmente que la mafia existe?” Y sin embargo, hacía ya más de un siglo que existían sobradas evidencias de que tal fenómeno siciliano era una realidad y no solo un mito o una serie de costumbres violentas arraigadas en el pueblo. En 1984 era tanto lo que no se sabía sobre la Mafia, que Tommaso Buscetta fue algo así como la piedra rosetta que el movimiento antimafia estaba necesitando para comprender cabalmente aquello a lo que se enfrentaban. No hay mejor manera de definir a Buscetta que acudiendo a la descripción que de él hizo el juez  Falcone en su libro Cosas de la Cosa Nostra:

“Para nosotros fue como un profesor de idiomas que te permite ir a Turquía sin tener que comunicarte con gestos”.

Sin embargo, aún los historiadores de la Mafia no se han puesto totalmente de acuerdo sobre un punto de capital importancia, y que debemos tener en cuenta si queremos comprender la paradójica actitud de Tommaso Buscetta. Para la mayoría de los estudiosos, la Cosa Nostra siciliana es exclusivamente un fenómeno de criminalidad organizada, tal y como ocurre con otros grupos delictivos, como su homónima estadounidense, como las tríadas chinas, la jakuza japonesa, las mafias del este de Europa o los cárteles de la droga hispanoamericanos, cada uno de los cuales tiene su propia historia, evolución y organigrama internos. En cambio, para otros, como Giuseppe Carlo Marino, la Mafia de Sicilia es “un singular fenómeno político siciliano orgánicamente relacionado con un hábito social consistente en la utilización sistemática de la violencia y la criminalidad”.

Solo teniendo en cuenta el segundo criterio, creo que se pueden entender estas palabras de Tommaso Buscetta al juez Falcone durante una de las entrevistas, y que explican ya, de alguna forma, por qué un mafioso convencido como Buscetta decidirá finalmente convertirse en colaborador de la justicia contra la Mafia:

“En esencia, cuando llegué a Palermo, descubrí, junto con una increíble riqueza, otra no menos increíble confusión en las relaciones entre las distintas familias y los hombres de honor, hasta el punto de que enseguida me di cuenta de que los principios inspiradores de la Cosa Nostra habían declinado definitivamente y era mejor que yo me fuera cuanto antes de Palermo, pues ya no me reconocía en aquella organización en la que yo creía de muchacho”.

El regreso a Palermo al que se refiere Buscetta tuvo lugar en 1980 de forma casi clandestina, tras haber pasado varios años fuera de la isla y una buena temporada en la cárcel por tráfico de drogas. En cuanto a la increíble riqueza y la no menos increíble confusión entre las familias, se refiere, lógicamente, a la situación creada por los corleonesi, a quienes Tommaso Buscetta y otros tantos pentiti hacían responsables de la destrucción de los “principios inspiradores de la Cosa Nostra” o, si se quiere, de los hábitos sociales de la cultura siciliana y de sus clases dominantes que durante más de un siglo habían regido las estrategias de la Onorata Società que había dado lugar a la más moderna Cosa Nostra. Pero para entonces Tommaso Buscetta era ya un importante mafioso con negocios en ambas partes del Atlántico y, viendo lo que se avecinaba en Sicilia con la facción dirigida por Totò Riina, decidió poner tierra de por medio y establecerse definitivamente en Brasil.


¿Cómo se convirtió Tommaso Buscetta en una persona tan influyente dentro de la Cosa Nostra?

Tommaso Buscetta fue iniciado en la mafia en el año 1945 con tan solo diecisiete años. Su mentor fue un tal Giovanni Andrónico, miembro de la cosca mafiosa de Porta Nuova, una familia bastante pequeña por la rigurosa selección que hacía de su personal, a la que también pertenecía Andrea Finocchiaro Aprile, el abanderado de la causa separatista siciliana, y puede que Salvatore Giuliano, el célebre bandido protagonista de la masacre de Portella della Ginestra, aunque esta última pertenencia no es segura. Lo curioso de Buscetta es que él no procedía de una familia con vínculos mafiosos, y ni siquiera de una familia especialmente humilde, pues su padre poseía un taller dedicado a la fabricación y venta de espejos decorativos en la que daba trabajo a quince empleados. Puede que al igual que ocurriera con Lucky Luciano, con quien comparte más de una característica, el joven Buscetta viera en la delincuencia un modo más fácil de ganarse la vida que el que desempeñaba honradamente su propio padre. Sea como fuere, lo cierto es que Tommaso Buscetta, que había nacido en 1928, aprovechó la coyuntura de los años de la guerra para convertirse en estraperlista y ladrón, iniciando así una carrera delictiva con el contrabando de productos de primera necesidad (gasolina, café, pan, mantequilla, aceite, salami, etc.) Fue su talento para estos negocios lo que hizo que la mafia se fijara en el joven delincuente y lo atrajera hacia la organización, en donde no tardó en hacerse un hueco importante. Aún así, Tommaso Buscetta nunca fue un mafioso al uso. Aunque pueda parecer sorprendente habida cuenta de su influencia y peso dentro del organigrama de Cosa Nostra, Buscetta no ostentó cargos de importancia; apenas pasó del rango de soldado; nunca fue un capo en sentido estricto. Sin embargo, su estrategia dentro de la mafia fue la de un renovador con una enorme capacidad de iniciativa, un tipo que en la sombra mueve a los hombres en toda clase de negocios por él emprendidos. Además, Buscetta no limitó su campo de acción a un determinado territorio, por lo que tampoco fue un competidor entre los grupos de poder sicilianos; de hecho, hizo la mayor parte de su carrera criminal fuera de Sicilia. Al igual que hiciera Lucky Luciano a partir de 1946 durante su estancia en Italia, Buscetta se dedicó a los grandes negocios sin control territorial, pero tendiendo un puente entre América y Sicilia, por lo que sería llamado “capo de dos mundos”. Su primer viaje a América lo hizo en 1949, pero a diferencia de otros que eligieron como destino los Estados Unidos, él prefirió instalarse en Argentina, y posteriormente en Brasil, donde estaría hasta 1952. De regreso a Sicilia, se dedicaría por un tiempo al contrabando de tabaco, negocio que exportó a Argentina en 1956 y más tarde a Brasil, durante su segunda estancia al otro lado del Atlántico, estancia que se prolongaría durante casi tres décadas con continuos viajes intermitentes a la isla, lo que le permitió entrar en el negocio de los narcóticos a la vez que protagonizaba la reestructuración interna de la Onorata Società, que dio paso a la Cosa Nostra con una Cúpula de poder a imagen y semejanza de la Comisión de la Cosa Nostra estadounidense.

Aquí es precisamente donde empieza a destacar nuestro hombre. Para Buscetta, la Cosa Nostra surgida a finales de la década de 1950 del gran tronco mafioso de la Onorata Società, era ante todo una hermandad de hombres de honor y no una organización jerarquizada. Para Buscetta todos los mafiosos debían ser iguales, y el vínculo que debía unirlos debía ser ante todo el respeto mutuo y no la obediencia al capo. Lógicamente, esta concepción de Buscetta respondía a su propia situación dentro de la Cosa Nostra. Él no era un Padrino mafioso, sino un miembro de la mafia con importantes negocios. Por ese motivo, cuando en 1957 se decidió la creación de la Cúpula y la entrada en los grandes negocios de los narcóticos, los jóvenes mafiosos que habían dado el paso de  traficar con drogas fueron conscientes de un problema interno en el seno de la mafia; el derivado de las luchas de poder que podían darse entre los grandes capos con control territorial y los nuevos mafiosos que se dedicaban al comercio ilegal de la droga. Tommaso Buscetta, Gaetano Badalamenti y Salvatore Pajarito Greco, que fueron los encargados de establecer las nuevas reglas para la Cosa Nostra, concibieron la Cúpula como “un instrumento de moderación y de paz interna”, donde todas las familias podían tener un representante. Pero para que nadie pudiera tener un excesivo poder dentro de la Mafia se estableció que ningún miembro de esta pudiera ostentar a la vez el título de capo de la familia; es decir, que ningún mafioso podía ser a la vez el capo de una familia y el representante de su familia en la comisión de Cosa Nostra.

Por supuesto, esta es la visión que Tommaso Buscetta le ofreció al juez Falcone de lo que era la Cúpula de la Cosa Nostra. Y puede que sea verdad esta inicial propuesta de “democratizar” la mafia, digamos. Pero lo cierto es que ni la Cúpula diseñada en 1957 ni la Cosa Nostra soñada por Buscetta tendrían futuro en los años sucesivos. En 1963 la Cúpula fue disuelta tras la primera guerra Mafiosa, y aunque después se llegó a reactivar con un triunvirato formado por Stefano Bontate, Gaetano Badalamenti y Luciano Liggio, poco a poco dejó de ser un organismo destinado a servir de contrapeso al poder de los más poderosos para convertirse en un arma de control en la dictadura de los corleonesi, que provocaron la segunda guerra mafiosa y se hicieron, por medio de la fuerza y el exterminio de los adversarios, con el poder absoluto de la Cosa Nostra siciliana.

La increíble confusión con la que se encontró Buscetta a su regreso a la isla en 1980 no era otra cosa que la dictadura impuesta por los corleonesi, justo en la víspera de la segunda guerra mafiosa. Como aliado histórico de los Bontate y los Badalamenti, Tommaso Buscetta no dudó en enfrentarse al clan de Luciano Liggio y Salvatore Totò Riina, lo que acabó enrareciendo la situación para nuestro hombre, quien en apenas cuarenta y ocho horas vio cómo los corleonesi, violando las costumbres históricas de la Onorata Società, acababan con la vida de uno de sus hermanos, de uno de sus yernos y de tres sobrinos, todos ellos desvinculados por completo del mundo mafioso al que pertenecía Buscetta, que acabó por convencerse de que la Cosa Nostra que se avecinaba con Totò Riina  era ya muy distinta de aquella otra en la que él había creído. Sintiéndose traicionado por la Mafia, decidió instalarse definitivamente en Brasil, donde sería detenido en 1984, y de donde fue extraditado unos meses más tarde. Sería en el avión que lo traía de vuelta a Sicilia el 16 de julio de 1984, donde Tommaso Buscetta comunicaría al alto funcionario de la policía Gianni Di Gennaro que estaba dispuesto a hablar con el juez Giovanni Falcone.


¿Por qué habló?
¿Por qué se expuso a la vergüenza pública del mundo criminal convirtiéndose en un pentito?
¿Por qué un mafioso convencido decide romper la omertà?

Tommaso Buscetta


Para entender al personaje debemos tener en cuenta que en Tommaso Buscetta nunca hubo arrepentimiento en sentido moral. Tommaso Buscetta no renunció nunca a su condición de perfecto mafioso, y sobre este punto insistió hasta el último momento de su vida, acaecido el 4 de abril del año 2000 en Nueva York. Pero aún más; tampoco se creyó nunca un traidor a la Mafia. Para él los auténticos traidores, los “verdaderos infames”, por utilizar el término mafioso, eran los corleoneses con Totò Riina a la cabeza; ellos eran los responsables de haber destruido la Mafia al haberse alejado completamente de los “valores” mafiosos. Por este motivo no había traición. Tommaso Buscetta no creía estar traicionando a la Mafia por la sencilla razón de que, desde su punto de vista, la Mafia había dejado de existir.

El caso, evidentemente, es de una enorme complejidad, e incluso es susceptible de ser malentendido incluso por aquellas personas que tratan de comprender el fenómeno mafioso. Pero lo cierto es que para Tommaso Buscetta, como para Lucky Luciano, una persona podía ser un perfecto criminal al margen de la ley oficial de la mayoría de los ciudadanos y no sentirse por ello un simple delincuente, pues sus actos criminales estaban dentro de otra “ley” independiente de la oficial, que es precisamente la de la Mafia, concebida así como un sistema autónomo de relaciones, pero con sus reglas y sus principios; en definitiva, la Cosa Nostra concebida como lo que es, “la cosa nuestra”, una “legalidad alternativa” que, aunque a menudo entra en conflicto con la legalidad oficial, no necesariamente debe estar en conflicto con ella, como dos universos paralelos e independientes, pero que a menudo se entrecruzan, y que es al cabo lo que explica no solo la enorme expansión de la Mafia a nivel internacional, sino también las complejas pero frecuentes relaciones de la Cosa Nostra con los estratos de poder de la legalidad oficialmente constituida.

Vistas así las cosas, cuando Tommaso Buscetta decide colaborar con la justicia abanderada por el juez Giovanni Falcone, no se está vengando de los corleoneses porque estos se hayan convertido en los nuevos Padrinos de la Mafia siciliana. Con toda probabilidad, para Tommaso Buscetta los corleoneses de Totò Riina no eran ya más que una banda de delincuentes que actuaban no solo al margen de la “legalidad oficial”, sino también al margen del “universo ilegal paralelo” de la Mafia, que ellos habían destruido. Y así las cosas, la lucha que emprende Tommaso Buscetta puede ser considerada un último acto de reivindicación de su mafiosidad, como venganza hacia quienes habían acabado con el universo en el que él habitaba.

Por último, debemos tener en cuenta que Tommaso Buscetta solo se prestó a hablar con Giovanni Falcone, un juez que actuaba desde el otro bando, pero al fin y al cabo un siciliano en el que él encontró una persona afín. Con toda probabilidad, Tommaso Buscetta se consideraba el más leal representante del universo ilegal en su lucha contra la mafia de los corleoneses, y por ese único, aunque complejo motivo, aunó esfuerzos con Giovanni Falcone, al que sin duda consideraba como el más leal representante del universo legal en su lucha contra la Mafia.

Solo desde este punto de vista se pueden comprender estas palabras tan significativas de Tommaso Buscetta, durante una entrevista de 1995:

“Es lo único en lo que tengo empeño; es mi testamento moral: quiero ser recordado como una persona de bien. Alguien que hace once años asumió un compromiso con el Estado y siempre lo ha mantenido, sin jamás modificar ni una coma. Juré a Giovanni Falcone que le diría toda la verdad. Lo hice. Lo he seguido haciendo. Siempre y a pesar de todo. Lo sé, veo que todo está cambiando en Italia. Creíamos ganar y, sin embargo, hemos perdido. Pero yo siempre he sido igual. Un hombre leal. Pueden decir de mí todo lo que quieran, pueden incluso no creerme, pueden deshonrarme. Pero en aquella habitación de allí, entre mis papeles, hay una sola verdad, siempre la misma”.


De La Historia del Crimen Organizado, Agustín Celis Sánchez, Ed. Libsa, Madrid, 2009


Imagen destacada: Gaspare Mutolo y Tommaso Buscetta, de Elias Palidda, 2007.


 

Falcone, 20 años

Ayer se cumplieron 20 años del brutal asesinato del juez Giovanni Falcone, probablemente el máximo rival con el que se topó la llamada Cosa Nostra siciliana durante las últimas décadas del siglo XX. Hoy me he dedicado a leer lo que sobre él se ha escrito en la prensa de los últimos días y me alegra saber que se le continúa considerando un referente ético en medio de la confusión. En una época en la que el sistema judicial de las democracias occidentales ha caído en el mayor de los descréditos, pienso que el caso de hombres como Falcone constituye un ejemplo a tener en cuenta para seguir confiando en el imperio de la Ley. De modo que, con esta página y este antiguo escrito, me apetece sumarme al homenaje que justamente se le viene rindiendo estos días.

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 GIOVANNI  FALCONE. UN JUEZ CONTRA LA MAFIA

 Antes de hablar del papel protagonista que el juez Giovanni Falcone tuvo en la lucha contra la Mafia siciliana debemos aclarar una cuestión de capital importancia. Si hoy por hoy podemos reseñar los éxitos de una serie de jueces italianos que prácticamente han acabado con el sistema criminal de la Cosa Nostra, ello se debe al original planteamiento con el que se enfrentaron al fenómeno mafioso, no sin antes superar numerosas dificultades aun con riesgo de perder la vida en el intento, tal y como ocurrió con Chinnici, Scopelliti, Saetta, Falcone, Borsellino y tantos otros. Y es que por primera vez en la historia de la lucha contra la criminalidad organizada, una serie de jueces,  pero sobre todo los magistrados que formaban el grupo Antimafia de la Fiscalía de Palermo, fueron conscientes de que para desarticular el entramado criminal con el que se enfrentaban había que coordinar todas los esfuerzos en una empresa de mayor enjundia, y que pasaba por imponer la ley a todo el complejo y podrido sistema de poder italiano en el que la criminalidad de la Cosa Nostra constituía sólo una parte. Sin duda fue el juez Rocco Chinnici el primero en advertir la necesidad de un nuevo planteamiento, pero debido a su asesinato en 1983, fue su sucesor en el cargo, el juez Antonino Caponnetto, quien formó el “consorcio” de jueces especializados en la lucha contra la mafia, coordinados entre sí con el propósito de compartir toda la información. Este “pool antimafia” estuvo constituido por Giovanni Falcone, Paolo Borsellino, Giuseppe Di Lello y Leonardo Guarnotta, a los que se unirían los magistrados Giuseppe Ayala y Giacomo Conte. Muchos años después, y tras algunos fracasos y no pocas intrigas de pasillo, se sumarían en la lucha contra la Mafia, con felices resultados, los jueces Guido Lo Forte, Roberto Scarpinato, Antonella Consiglio, Alfredo Montalto, Teresa Principato y muchos otros, hasta llegar a la última fase dirigida por Gian Carlo Caselli, el juez que envío al Senado la solicitud, en marzo de 1993, para proceder contra Giulio Andreotti por supuesta asociación mafiosa, y el responsable de las detenciones de los últimos grandes capos de la Cosa Nostra. Que una personalidad tan relevante en la vida política italiana como Giulio Andreotti fuera juzgado por sus coqueteos con la Mafia constituye la principal prueba de que la iniciativa emprendida por estos jueces no se limitaba únicamente a reprimir la criminalidad, tal y como se había venido haciendo durante más de un siglo, sino que su propósito era sentar en el banquillo a todo el sistema político mafioso.

Giovanni Falcone y Paolo Borsellino

Sólo teniendo en cuenta este original planteamiento, se puede entender las dificultades que debieron superar los jueces antimafia hasta culminar su proyecto. Y así las cosas, resulta imposible escribir el perfil de Giovanni Falcone sin repasar también todas esas dificultades.

En el tramo de tiempo comprendido desde que Giovanni Falcone llega al Palacio de Justicia en 1978 hasta su muerte en 1992, hay varios acontecimientos que van a marcar un antes y un después no sólo en la lucha contra la mafia, sino también en la propia concepción que de la mafia tenía la sociedad civil, pero sobre todo los jueces que se enfrentaban con ella.

Ya hemos nombrado la importancia que tiene el año 1983 con la creación del “pool antimafia” por iniciativa del juez Caponnetto. Por primera vez en la historia se instituía un organismo destinado a crear un mapa completo en el que contemplar el mundo de la mafia, un proyecto que en aquella época resultaba ambiciosísimo, pues para llevarlo a buen puerto no bastaba con reprimir la criminalidad, sino que había que golpear en el corazón de la Mafia, agrietando aquello que constituye su razón de ser y que la diferencia de otras organizaciones criminales, el rígido código de la omertà, la ley del silencio, el muro que se alza entre el universo ilegal de la Cosa Nostra y el universo legal del resto de la sociedad.

Sin duda ninguna esa fue la gran obra maestra de Giovanni Falcone. Con toda probabilidad, fue su conocimiento de la realidad siciliana lo que le hizo atisbar que había llegado el momento de intentar romper la omertà, pues la guerra que acababa de librar la mafia por causa de los corleoneses había dejado los suficientes espacios abiertos por los que poder penetrar en los secretos del sistema mafioso.

Sólo un año después de la creación del consorcio antimafia, el 29 de septiembre de 1984, Antonino Caponneto dio una rueda de prensa para informar de que el mafioso Tommaso Buscetta había accedido a hablar con el juez Giovanni Falcone. En el transcurso de aquellas conversaciones entre dos hombres de mundos paralelos, Tommaso Buscetta se revelaría como un auténtico torrente de relevaciones que abrió el primer gran agujero en el muro de la omertà. Con posterioridad, un número creciente de hombres de honor se declararon arrepentidos y comenzaron a colaborar con la justicia, proporcionando los datos necesarios para instruir el gran proceso a la mafia de 1986.

El llamado maxiproceso se inició el 10 de febrero de 1986 en la cárcel de Ucciardone, en una sala búnquer creada  para tal fin, y estuvo presidido por el juez Alfonso Giordano, con Giuseppe Ayala y Domenico Signorino como fiscales. Durante los casi dos años que duró el proceso, cientos de mafiosos fueron sentados en el banquillo, y cuando por fin se anunció la sentencia el 16 de diciembre de 1987, se impusieron 28 cadenas perpetuas y miles de años de cárcel para más de 300 imputados, aunque también 114 mafiosos fueron absueltos por falta de pruebas, entre ellos algunos de los más famosos criminales, como Luciano Liggio.

Sea como fuere, el macrojuicio a la Mafia se vivió como un gran logro de la antimafia, y durante un tiempo pareció que renacía la adormecida sociedad civil italiana. Durante esos años hubo innumerables manifestaciones contra la Cosa Nostra, en las escuelas públicas se abrían debates sobre la mafia, existía una creciente voluntad de saber y entender qué era por fin eso de la mafiosidad siciliana, incluso en Palermo parecía que empezaban a cambiar las cosas; en 1985 se había alzado con la alcaldía Leoluca Orlando, un abierto adversario de la Mafia que hizo que el ayuntamiento de la ciudad estuviese representado como acusación particular en el macrojuicio.

Sin embargo, no todo fueron elogios y parabienes. A la vez que despertaba la sociedad civil, se fue creando también una corriente de escépticos y detractores del macrojuicio y de los jueces antimafia. El propio Giovanni Falcone y su compañero Paolo Borsellino fueron dos de los más castigados por esta nueva corriente crítica. A Borsellino se le llegó a acusar de arribista, y sobre el juez Falcone pesó la acusación de que alrededor de su figura se había iniciado un “culto a la personalidad” que en nada favorecía la lucha contra la criminalidad.

Sorprendentemente, los años que siguieron al maxiproceso fueron de una gran incertidumbre. De repente pareció que todo el edificio construido por el pool antimafia se venía abajo. El juez Caponnetto, al que ya en 1983 sólo le faltaban dos meses para jubilarse, decidió que había llegado la hora de su retiro. Abandonó su puesto como jefe de la oficina de instrucción en el Palacio de Justicia y regresó a su Florencia natal. Todo parecía indicar que Giovanni Falcone sería su sucesor, pero increíblemente el elegido fue Antonino Meli, un juez ajeno a la lucha contra la mafia que en los años que siguieron, sin duda por ignorancia y no por connivencia con la Cosa Nostra, prácticamente acabó con el proyecto iniciado por Chinnici y Caponneto. Para terminar de rematar la faena, desde su puesto de presidente del Tribunal de Casación, el juez Corrado Carnevale, esta vez sí en completa connivencia con la Mafia, se dedicó a absolver a los mafiosos en el proceso de las apelaciones, alegando defectos técnicos. Como él mismo diría en más de una ocasión, quizá aplicaba la ley de una manera excesivamente puntillosa. Por ese motivo ha pasado a la historia como “el Matasentencias”.

De modo muy significativo, el juez Paolo Borsellino acertó de pleno en su diagnóstico cuando se atrevió a hacer pública su preocupación por lo que estaba ocurriendo: “Tengo la desagradable sensación”, dijo,  “de que alguien desea que el reloj ande hacia atrás”.

Sin duda los dos últimos años de la década de 1980 fueron años muy críticos para Giovanni Falcone. De repente se había convertido en un personaje vulnerable, tal y como él mismo llegaría a confesarle a algunos de sus amigos. El problema no radicaba en que hubiera sido humillado y arrinconado en el Palacio de Justicia, sino en el hecho de que la Cosa Nostra, al advertir que el Estado no respaldaba las iniciativas de Falcone, tenía la vía libre para acabar con su vida. Y efectivamente, como luego han declarado algunos pentiti, la Mafia de Totò Riina barajó distintas posibilidades para eliminar de la partida de juego a un adversario tan peligroso como Falcone. Una de estas posibilidades, que no llegó a materializarse, consistía en utilizar a un hombre-bomba tal y como hacía el terrorismo islámico. Incluso disponían del candidato, el padre de un mafioso gravemente enfermo de cáncer. La idea pasaba por crear la situación para que el anciano, cargado de tritol, pudiera acercarse a Falcone y abrazarlo, momento que aprovecharían para que los dos saltaran por los aires en  pedazos. Pero finalmente este plan fue desechado. Sin embargo, en 1989 sí hubo una intentona que acabó en fracaso. El atentado fue confiado a Antonino Madonia, que utilizó una bolsa de deporte llena de explosivos que dejó junto a un chalet que Falcone y su esposa habían alquilado para pasar unas breves vacaciones en la playa. Por fortuna, la bolsa, colocada entre unas piedras, despertó los recelos de Falcone y todo quedó en nada. En esta ocasión, Giovanni Falcone llegaría a declarar abiertamente su sospecha de que había políticos implicados en la planificación de aquel atentado.

No obstante, las cosas cambiarían radicalmente en 1991. Aquel año, el nuevo ministro de Justicia le hizo a Falcone una oferta que no pudo rechazar. Le propuso ocupar el cargo de director de Asuntos Penales en el ministerio de Justicia, lo que significaba disponer de plenos poderes desde Roma para coordinar la lucha contra el crimen organizado en todo el país. Y es a partir de entonces cuando comienzan a sucederse los grandes logros en la lucha contra la Mafia, con el definitivo apoyo por parte del Estado italiano, que por primera vez en toda su historia se situó abiertamente en el lado de la Antimafia. Entre esos logros se encuentra la creación de dos organismos fundamentales de la lucha contra el crimen organizado; la Dirección de Investigación Antimafia (DIA) y la Dirección Nacional Antimafia (DNA). Pero también en el campo judicial se impuso el sentido común y finalmente se apartó al juez Carnevale, más conocido como “el Matasentencias”, de la dirección del Tribunal de Casación. Como consecuencia de esta fundamental maniobra, el 31 de enero de 1992, la Corte de Casación revocaría el veredicto del Tribunal de Apelación sobre el macrojuicio y muchos de los condenados que habían sido absueltos regresaron a prisión.

Eso sí, con estas medidas Giovanni Falcone se convirtió definitivamente en el objetivo número uno de la Cosa Nostra de Totò Riina, que estaba empeñado en acabar con su vida. Ocurrió poco antes de las seis de la tarde del 23 de mayo de 1992 en un tramo de la autopista que une el aeropuerto de Punta Raisi con Palermo, justo antes del desvío a la población de Capaci, hacia donde se dirigía para pasar unos días de descanso con su esposa. Cuatrocientos kilos de tritol fueron colocados en unas tuberías de desagüe situadas bajo el asfalto y accionados con un detonador a distancia al paso del convoy en el que iba el juez Falcone. A consecuencia de la explosión murieron cinco personas: Giovanni Falcone; su esposa, la también magistrada Francesca Morvillo; y tres miembros de su escolta, los agentes Rocco Di Cillo, Antonio Montinari y Vito Schifani.

Cinco años más tarde, el 26 de septiembre de 1997, la Sala de lo Penal de Caltanisetta condenaría a los implicados en la matanza imponiendo 24 cadenas perpetuas; entre ellas las de Totò Riina, Pietro Aglieri, Bernardo Brusca, Leoluca Bagarella y Filippo Graviano. A Giovanni Brusca, que fue quien accionó el detonador, le cayeron tan sólo 26 años de cárcel porque se había prestado a colaborar con la justicia.

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En 1999 la historia del juez Falcone fue llevada al cine con Chazz Palminteri como Falcone y F. Murray Abraham en el papel de Tommaso Buscetta. La película, dirigida por Ricky Tognazzi, tiene un título sugerente: Excellent cadavers, aunque en España se le cambió por otro mucho más explícito: Falcone: un juez contra la Mafia.

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En el año 2004 el mundo de la justicia italiana se vio sacudido por el escándalo al saberse que Giovanni Brusca, el asesino de Falcone y de más de cien personas, estaba disfrutando de beneficios penitenciarios por su colaboración con la justicia tras declararse arrepentido. La hermana del magistrado asesinado elevó una protesta ante las autoridades judiciales italianas y calificó la medida de “decisión indecente”.

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“El crimen organizado no puede combatirse desorganizadamente”

Giovanni Falcone

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“Cualquiera que se tome en serio su trabajo acaba asesinado antes o después”

Antonino Ninni Cassarà, oficial de la brigada móvil y amigo personal de Falcone, asesinado por la mafia el 5 de agosto de 1985.

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Texto publicado en La Historia del Crimen Organizado, Agustín Celis Sánchez, Ed. Libsa, Madrid, 2009.

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Recomendación:

Cosas de la Cosa Nostra, de Giovanni Falcone, Carola Moreno, Marcelle Padovani y Miquel Izquierdo

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