Página personal de Agustín Celis

Seguridades

Ese niñato que ven ahí sentado en el banquillo, con la mirada estremecida, recientemente asustado, extrañamente sorprendido por cuanto ahora le ocurre, en el fondo es un joven rebosante de seguridad. Absorto en la embrutecedora ignorancia de sí mismo, nunca le dio por confrontar sus propias acciones con la realidad. Nunca oyó el sonido de sus pasos. Nunca leyó en la mirada de los otros una desaprobación, una crítica o una condena. Quizá nunca la hubo. Quizá no le enseñaron a leerlas.

Ahora pretenderán ocultarlo, pero la verdad es que este jovencito no es más que otro ejemplo de un producto manufacturado en serie, diseñado con troquel, adiestrado con firmeza en la abdicación absoluta de la responsabilidad personal. Aun hoy, cuando sentado en ese banquillo espera el fallo que ha de condenarlo o absolverlo, puede que no tenga claro el motivo por el que un día fue arrestado. Quizá no entienda siquiera, cabalmente, cuál es su culpa. El grado de responsabilidad que tiene en la desgracia que provocó a otros.

En realidad no importa el delito. Rellénese en la línea de puntos el que corresponda a la causa: ………………………… Sobran los ejemplos: robo, allanamiento, intimidación, agresión con arma blanca, homicidio, asesinato, violación… ¡Qué más da!  Eso al menos debe de pensar él y sus iguales.

Lo que importa, lo que quedará al cabo, lo que un día será contado, es la sorpresa social, el desconcierto, estupor o asombro con que fueron acogidas en su día las respuestas del joven a las autoridades que le interrogaban. A todos sorprendió la farsa y el cinismo, la doblez de sus respuestas, las mil formas de eludir la verdad, sin mirarla nunca de frente, el repertorio de amaños para que el delito quedara impune, la capacidad para inventar mentiras, el talento para la mendacidad. Como un niño que jugara sin riesgo a inventar el horror. Parecía adiestrado para ello. Cualquiera diría que se lo enseñaron en casa, cuando se salía siempre con la suya protegido por papá y mamá. Cualquiera diría que reforzaron  en la escuela ese inicial aprendizaje, cuando se habituó a observar que nunca pasaba nada, que nada era punible, que palabras como prohibición, deber o autoridad no tenían significado alguno. Que la palabra infracción no existía. Que nada importaba ni valía porque tampoco nada tenía consecuencias.

Y al cabo esa es la seguridad que impera. En realidad no pasa nada. Puede estar seguro. A pesar de la farsa de juicio que hoy lo importuna, más la indignada mirada de tantos, en el fondo puede estar tranquilo. No tiene nada que temer. Pese a los seiscientos años y un día que el fiscal está dispuesto a pedir para que se pudra en la cárcel. No pasa nada. Sus abogados se lo han asegurado. Sea cual sea la condena…, por elevada que sea…, en realidad no cumplirá más de cuatro o cinco años. ¿Quién no se porta bien en una cárcel? En el fondo, tiene la seguridad, porque se lo han dicho sus abogados, de que le terminarán rebajando la pena por buena conducta, tras realizar, pongamos por caso a modo de ejemplo frívolo, un cursillo de dibujo técnico.

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