Don Juan observa en la cama a su última amante y espera con impaciencia sus palabras. Aún no hace ni un minuto que la ha tenido sobre él, penetrada y moviéndose con compases rítmicos, a horcajadas, con las manos en su pecho y cabeceando como una loca durante el momento de máximo placer. La chica, una mujer casada a la que conquistó anoche, está ahora tratando de recuperar el aliento perdido, y don Juan, con el corazón desbocado por los nervios, aguarda con ansiedad sus primeras palabras.

-Ufff – dice por fin ella –. Me encanta cómo follas.

Don Juan cierra decepcionado los ojos y luego se queda, con la mirada perdida, pensando en la dramática realidad de su vida.

“Siempre lo mismo”, se dice don Juan. “¿Por qué me querrán solo por el sexo? ¿Por qué no verán en mí un verdadero amor? ¿Por qué ninguna mujer aprecia el valioso caudal que mi alma atesora?”

Lo que ninguna mujer sabe es que don Juan vive desesperado. Desesperado ante la espera del verdadero amor. Y por eso cada noche sale de caza en busca de una nueva conquista.

Hay quienes lo creen un adicto al sexo. Gente que solo presta atención a las apariencias, que no ven más allá de lo evidente. Se equivocan, por supuesto. Don Juan es un adicto, es verdad. Pero un adicto al amor, al que espera encontrar algún día desesperadamente.

Cansado de los desleales amores de las mujeres adúlteras, y de alguna que otra deseosa de encontrar marido, a don Juan se le ocurre la idea de entregarse en brazos de una novicia, de una monja, y no tarda en dar con la candidata perfecta, de nombre doña Inés, una chica dulce y virginal, sin duda más acostumbrada al amor divino que al humano.

“¿Será esta?”, se pregunta ilusionado nuestro héroe. “¿Y si fuera ella, por fin, la mujer a quien tanto he esperado?”, se dice.

Tal y como suele ocurrirle, don Juan se rinde pronto, y obnubilado, ante los encantos de doña Inés. Y antes de que pueda darse cuenta de cómo ha podido ocurrir, descubre que ya ella se lo ha llevado a la cama.

Aún así, creyéndola ideal, don Juan se entrega sin condiciones a ella. Se trata de una entrega total y absoluta, sin paradas en estaciones intermedias.

Esta vez hasta don Juan ha quedado sin resuello porque lo ha dado todo. Así que se recuesta boca arriba en la cama y observa encantado cómo doña Inés apoya la cabeza en su hombro. “¿Será por fin ella?”, vuelve a preguntarse don Juan, mientras la chica traza caracolillos jugueteando con los dedos entre el cabello de él. “Ojalá dibujara con su dedo índice un corazón en mi pecho”, se dice don Juan.

De pronto, doña Inés lanza un suspiro profundo al aire. Es consciente de que ese suspiro ha sido un eco diferido del arrebatado orgasmo que tuvo hace un momento debajo de él. Don Juan sabe que doña Inés va a hablar. Es imposible que no hable. ¿Acaso oirá por primera vez las palabras que lleva toda la vida esperando oír?

-Ufff – dice por fin ella, relamiéndose de gusto el placer obtenido –. Me encanta cómo follas.


Imagen destacada: Don Juan Tenorio, de Salvador Dalí, 1949.