Sin temor a caer en el desánimo, y mucho menos en la auto indulgencia, sin gloria ni vanidad me atrevo a decir que todos los días corro el riesgo de convertirme en ejemplo paradigmático de aquello que enunció, tan brillantemente, Laurence J. Peter:

«En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia» .

Que el tipo fuera, además, catedrático de ciencias de la educación no me tranquiliza nada.