Me cuenta una amiga que anda muy preocupada con el expolio al que están sometiendo a la sanidad pública. Enseguida supongo que lo dice porque ella es médico y además vive en Madrid, donde el asunto parece que está tomando proporciones delictivas. Luego me pregunta si no me ocurre lo mismo con la educación y me recuerda que dentro de unos días vuelve a haber huelga en la enseñanza, indagando en mis silencios si pienso adherirme a ella o no. Sospecho que me interroga sin palabras porque soy profesor. Me la quedo mirando sin responderle y al cabo de un rato me sobresalto al descubrir que no lo decía en silencio, que había palabras más allá de su mirada, que una pregunta había quedado a la espera a la vez que mi pensamiento viraba hacia otros asuntos radicalmente sin importancia, pero que últimamente me preocupan y me tomo muy en serio, como el hecho insignificante para el mundo de que haga demasiado tiempo desde la última vez que me apeteció de veras defender una opinión.