Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales
J. L. Borges
Esta tarde, revisando papeles viejos que debía ordenar, me he encontrado con un número de teléfono que mi memoria había arrinconado, el de mi piso de Madrid en el Barrio del Pilar, del que me fui en el año 2003.
Siempre quise saber quiénes habían vivido en las casas en las que yo he vivido, y aunque nunca lo supe, muchas veces me vi buscando las huellas que su recuerdo había dejado en mi casa. Luego, cuando me fui de ellas, no dejé de sentir curiosidad por los inquilinos que habrían de ocupar el espacio que yo ocupé. No podía evitar preguntarme si también ellos, como yo, se afanarían en buscar los rastros que mi recuerdo dejó allí mismo.
Quizá por eso no pude evitar coger el teléfono y marcar el número. Me respondió una voz que no me era del todo ajena:
-¿Diga?
-¿Agustín Celis, por favor? – No sé por qué pregunté aquello. Me salió sin más. Juro que no fue premeditado.
-Sí, soy yo – respondió el hombre, que quedó aguardando unas palabras que no llegaron.
Colgué, evidentemente. Me sentí indigno de una sorpresa como aquella.
Pero lo curioso, lo que me ha llevado a escribir esta anécdota trivial, no es que yo mismo hubiera respondido a mi llamada a setecientos kilómetros y siete años de distancia. Lo curioso, lo extraño, es saber que el otro, siete años más tarde, recordaría aquella llamada después de haber hecho él la suya.
Alba
Hola, Agustín. Me ha encantado tu anécdota. He dado un brinco en la silla cuando tú/el otro ha respondido al teléfono. Muy buena. Un abrazo fuerte. Alba
mao
otros rostros de un solo instante
Eduardo Suomi
Agustín, hacía varias semanas que no visitaba tu blog y me ha sorprendido tu producción del último mes. Muy buena.
Me ha encantado este microrelato. Además de a Borges me recuerda al primer Auster. Gracias por compartirlo.
Agustín Celis
Eduardo, gracias a ti por merodear de vez en cuando por este sitio.