Página personal de Agustín Celis

Cuidar la Imagen


1. Se acerca el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y he recordado un artículo que escribí sobre el tema hace ya tiempo. He vuelto a leerlo y me sorprende lo vigente que sigue estando y lo poco que han cambiado las cosas. Y es curioso, porque el texto que a continuación añado es del 2004 y hace referencia al dictamen de un juez mendaz. Pero es que en el año 2007, siendo yo profesor de instituto y realizando en clase de bachillerato un taller de microcuentos con tema libre, a una alumna mía se le ocurrió basarse en un caso similar al del juez que yo refiero y que había tenido lugar unas semanas antes. Como ven, la historia se repetía con una obstinación macabra.

2. Esta semana pasada, en el instituto en el que estoy ahora, una compañera me pidió que hiciera con mis alumnos una serie de actividades encaminadas a concienciar al personal sobre el delicado tema de la violencia doméstica, y como soy obediente y sumiso, pues lo he realizado: haikus, microcuentos y por ahí. Supongo que será por eso que se me ha venido a la memoria esta historia.

Francisco de Goya

Mujer maltratada con un bastón. Francisco de Goya

3. Cuidar la Imagen

Hoy más que nunca hay que cuidar la imagen. Hay que procurar vestirse para la ocasión y salir a la calle dejando el mínimo margen de improvisación posible. Hay que estar preparado para todo, incluso para los sorteos del caprichoso azar. Hay que llevar el disfraz preciso, tener el discurso preparado, la sonrisa puesta, el maquillaje siempre a punto, la escopeta cargada, las tragaderas elásticas y el culo en pompa. Hay que imitar a la cebolla y procurarse un atavío de muchas capas, una para cada persona a la que vayamos a ver ese día. Si nuestra imagen ya no es una propiedad nuestra sino del otro, más que nunca hay que cuidarla. Es el mundo al revés. Supongo que la culpa será de la publicidad, que nos convence de todo y educa nuestro norte ético. No hay más que salir a la calle y echar un vistazo para ver cómo imitamos a los modelos que nos ofrece la televisión educativa. Dirán que son reflejos de la realidad más cotidiana, pero no es cierto; lo real es un calco del ideal inventado. Todos conocemos al tipejo orgulloso de Movistar, o al que por no tomarse el Frenadol a tiempo se libra de ir al fiestorro que organizó la suegra, o al que se presta voluntario para fregar los platos con tal de no soportar la tortura somnífera del vídeo del bodorrio y el viaje de la pareja de amigos recién casados que todavía se toleran, o a ese que va en el tren sentado al lado de una chavala llorando y le ofrece un kleenex en lugar de los bombones zahor que se va comiendo el tío y que ella espera con ansias. Cada vez nos parecemos menos a nosotros mismos. Somos la sombra que proyecta un anuncio en la pared del salón. Vivimos una subasta en la que el artículo con licitación y puja lleva nuestro nombre. Estamos en venta. Deseamos ser comprados y nos adaptamos a las necesidades del otro con tal de ser adquiridos. Nos quitamos los calcetines blancos para tener acceso al local donde se realiza nuestra venta. Estamos contentos de llevar un precio en la solapa.

Luego pasa lo que pasa. Siempre hay alguien que no se entera y la vida se le echa encima. Hace algunas semanas una mujer tuvo la osadía de ser ella misma. Se atrevió a vestirse de ella. Se maquilló como siempre y se expresó con los gestos habituales. Al juez que instruía el caso se le ocurrió hablarle como suele hacerlo a cualquier persona en todo momento y en todo lugar. Esta mujer había denunciado a su pareja por malos tratos y creyó que el asunto se trataría en un juzgado. No sospechaba o no sabía que su señoría, el señor juez, la había convocado a un casting. Y claro, no iba arreglada para la ocasión. Se le olvidó ponerse el modelito de apaleada para el pase que esperaba su ilustrísima, o lo que sean los jueces. Seguramente el juez esperaba verla lisiada y con el ojo moraíto de martirio, la voz llorosa y un riñón desplazado de una patada. Como la vio entera y de una pieza dictó sin más que no daba el perfil de mujer maltratada y se quedó tan ancho. El hijoputa.

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Texto publicado en el diario Información El Puerto el 20 de Febrero de 2004

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5. Ignoro si lo que voy a hacer se puede hacer o si estoy incurriendo en grave delito. Como no soy seguidor de la SGAE y casi paso de ella, pues no estoy al tanto de estas cuestiones. El caso es que me apetece incluir el microcuento de mi alumna de hace varios cursos y no tengo manera de hacerme con su permiso, pues hace tiempo que le perdí la pista. Pero en fin, recurriré al derecho de cita para ello y Santas Pascuas. Dice así:

Microcuentos

Una amarga realidad

Una tarde lluviosa y oscura me estuvo contando su amarga realidad.

Ella era profesora de universidad, y su marido notario. Ambos parecían ser buenas personas a los ojos de la gente, y también aparentaban ser muy felices, pero ella me contó que temía entrar en su casa y que le horrorizaba la idea de tener que estar a solas con su marido.

Al cabo de unos años, ya no lo pudo soportar más y decidió poner fin a todo eso. Puso una denuncia y habló con su abogado.

Durante el juicio, después de exponerse las acusaciones y las defensas, el juez llegó a una conclusión:

“Los estudios de esta mujer nos indican que tiene un cociente intelectual demasiado elevado como para creerla una mujer maltratada. Por lo tanto, este hombre queda libre de todos los cargos”.

Por Sandra Manzano Medina, 1º de Bachillerato A

I.E.S Almunia, Jerez de la Frontera, Curso 2006-2007.

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3 comentarios

  1. Cristina Schaaf

    Hola Agustín ! Acabo de dar con tu blog y con este artículo, que me enciende totalmente, pues he convivido la violencia doméstica en mis padres, viviendo aún en España, y , para rematar, en Alemania, en mi primer matrimonio.

    Mi madre logró separarse de mi padre, que la tenía completamente tiranizada, a los 79 años de edad.
    Antes tuvo que pasar momentos muy denigrantes. Fué a poner una denuncia a la policía y no le hicieron caso, pensando al verla la edad, que estaba algo trastornada. A los tres años de separarse, y tres meses después del divorcio, la pobre murió. Pero pienso que al menos, había recobrado su dignidad.
    Durante esos últimos tres años de vida, tuve la suerte de poder visitarla muchas veces, en Madrid, y de escuchar todos los detalles de su vida tan dura. La recuerdo con todo cariño y respeto.
    Un saludo desde Alemania
    Cristina Schaaf

  2. Irene Pans

    A Sandra la vi yo en verano. Hacia mucho tiempo que no nos veíamos y nos hizo mucha ilusión aunque he vuelto a perderle la pista. Su cuento te gusto muchisimo y creo que nos impactó a todos.

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