Estos días me ha dado por releer Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas. Es la tercera vez en mi vida que lo leo, pero hasta ahora no había reparado en toda la materia reflexiva que oculta en sus páginas este folletín preñado de aventuras. Andan muy equivocados los que desaprueban esta clase de libros por considerar que en ellos solo hay entretenimiento, como si eso pudiera ser un defecto vergonzoso. Pero muy al contrario; resulta que no, caballeros, que hay en él toda una filosofía para ejercitarse en el noble oficio de vivir y os lo voy a demostrar con un solo argumento, aprovechando la ocasión para esgrimir una de mis invectivas sobre nuestros usos y costumbres. Las detesto tanto que a menudo me veo en la obligación de recurrir a la ficción o al pasado para encontrar un poco de dignidad y decoro.

No pasa nada, señores míos. Sin rencores. Arrojo con garbo mi sombrero, aprieto con ansia el puño de mi espada, la desenvaino con seguridad y convencimiento y me coloco en posición de ataque. ¡En guardia!

En las primeras páginas del libro, cuando D`Artagnan se está preparando para salir hacia París en busca de fortuna, recibe de su padre unos consejos que quiero incluir aquí y ahora: “Por el valor, entendedlo bien, sólo por el valor se labra hoy día un gentilhombre su camino. Quien tiembla un segundo deja escapar quizás el cebo que precisamente durante ese segundo la fortuna le tendía”. Y un poco más adelante continúa el valiente gascón: “Os he hecho aprender a manejar la espada, tenéis un jarrete de hierro, un puño de acero; batíos por cualquier motivo; batíos, tanto más cuanto que están prohibidos los duelos, y por consiguiente hay dos veces valor al batirse”.

No es mal consejo este. Si algo descubrimos en el libro de Dumas es que los cuatro protagonistas no paran de batirse como único medio de defender su estado y su honra, su dignidad y su orgullo. Aunque los veamos pobres y en peligro, aunque pasen hambre en la novela y tengan que recurrir al sablazo y la mentira para mantenerse en pie, aunque se les vaya la esperanza en ello, no paran de batirse con tal de mantener la cabeza bien alta. El valor en el duelo como único modo de seguir en pie sin avergonzarse. Otros consiguen antes los favores del rey o del cardenal; utilizan medios más sibilinos, se arrastran como alimañas en busca de la limosna que les arrojan a las botas que después deben besar o lamer. Ellos se baten y a veces salen malheridos.

Como en todo lugar y toda época, en la que nos ha tocado vivir prevalece en pie el convencimiento de que merece la pena ser un cobarde. Ahora, como siempre, se consiguen más cosas arrastrándose que batiéndose. Hay que aceptar, hay que decir que sí, hay que entrar por el aro. La única diferencia es que ya no quedan hombres dispuestos al duelo para defenderse de las humillaciones de que son objeto.

Lo que nos legó Dumas en su novela es un consejo muy sencillo, una verdad que debiera ser una referencia en nuestro norte ético: aunque se nos vaya todo en ello, aunque perdamos vida y hacienda, a veces hay que batirse para mantener la fe en nosotros mismos.


Para Ana Aguirre Losada, mi madrina de duelos dialécticos. In memoriam


Publicado en el diario Información El Puerto el 30 de Enero de 2004


Imagen destacada: Ilustración de Maurice Leloir para Los tres mosqueteros de Dumas.