Una lectura de Tu rostro mañana, I

Como sabe todo el que ha leído Fiebre y Lanza, titulo del primer volumen de la última novela de Javier Marías, el libro se abre con un aforismo que sorprende al lector, y  que lo obliga a cuestionarse ya de entrada, desde el inicio, el propósito que mueve al personaje narrador a contar lo que va a contar. La novela arranca con las siguientes palabras:

“No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”.

Como sabrá también todo el que haya seguido la obra de Javier Marías, la suya es una literatura fundamentalmente digresiva, es decir, tendente a la reflexión libre y especulativa, al razonamiento discursivo. No obstante, conviene destacar que la digresión practicada por este autor no es sólo una dilación o una interrupción en el discurso narrativo, sino sobre todo un impulso o un envite, una estrategia expresiva dentro de la narración, una herramienta que se utiliza para que la historia ruede y avance. En una entrevista reciente concedida al diario El País, Javier Marías defiende su tendencia a la digresión de este modo:

“mi intención es que ante mis dilaciones literarias cada interrupción tenga un interés en sí mismo aun a riesgo de olvidar dónde estamos. Me gustaría ser el tipo de escritor como los que me gustan a mí: que me dé igual de lo que hablen, quiero sólo que sigan hablando.”

Y un poco más adelante concluye:

“Ojalá prevalezca la voz persuasiva de lo que se está contando y que cada cosa tenga interés”.

Es decir, que cada reflexión tenga interés en sí misma. Y he aquí que en la última novela el narrador comienza su historia con una reflexión como ésta: “no debería uno contar nunca nada”, lo que resulta paradójico en una novela que va a constar finalmente de tres volúmenes y más de un millar de páginas. Es más, a medida que el lector se adentra en Tu rostro mañana se va percatando de que al narrador lo sacude un constante deseo de narrar y de que los otros sepan, y piensen y reflexionen sobre aquello que él ha llegado a saber y se atreve a contar, lo que es ya una constante en los libros de Marías, que tanto ha reflexionado sobre la necesidad y la conveniencia, o no, de saber y de revelar lo sabido a los otros.

Conviene recordar también que quien nos cuenta la historia en la última novela es Jaime Deza (o Jacobo, o Jacques, o Jack o incluso Iago), el mismo narrador de Todas las almas, aunque en esta última no se revelara su nombre. Como todos ustedes saben, este personaje ha sido identificado en más de una ocasión con el propio autor, como una especie de alter egoal que ha prestado vivencias, pensamientos y una muy parecida visión de la realidad y de los hombres. Y aún más, incluso la memoria familiar es parecida, por no decir semejante. Por poner sólo un ejemplo, el padre de Jaime Deza fue víctima de la misma infamia y la misma traición que el padre del autor, don Julián Marías, recién terminada la guerra.

Con toda probabilidad, Tu rostro mañana es la más digresiva de todas las digresivas novelas de Javier Marías y, de modo inevitable, al terminar de leerla, como lector no tuve más remedio que hacerme la siguiente pregunta: ¿cuáles son los motivos que han llevado al narrador a divagar sobre tantos temas y a hacernos partícipes de las divagaciones de otros personajes sólo por él conocidos, olvidando su precaución inicial de no contar nunca nada?

Para responderme a esta pregunta he recurrido a un viejo artículo de George Orwell, donde este autor reflexiona sobre los motivos de los que se vale todo escritor valioso para atreverse a escribir y, por tanto, a contar. Pero téngase en cuenta que el título de este ensayo no es “Los motivos de Jaime Deza”, sino “Los motivos de Javier Marías”. Se me podrá acusar de incurrir en uno de los más graves errores que puede cometer un lector, y en el que sólo incurren los malos lectores, a saber: la identificación del narrador con el autor. Pero no; sabemos de sobra que Jaime Deza no es Javier Marías, pero como el propio Marías viene jugando con esta identificación desde Todas las almas, prestándole parte de su memoria y experiencia a este personaje, considero legítimo que el lector participe también en el juego que el autor le propone, para una mayor comprensión de los propósitos del escritor y de su obra.

Así pues, siguiendo la certera terminología acuñada por George Orwell en su ensayo titulado “Por qué escribo”, afirmo que los motivos de Javier Marías son cuatro: egoísmo agudo, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político.

Quiero dejar claro que el calificativo de egoísta agudo no es ningún insulto. De hecho, el propio Marías, en un artículo de 1990 titulado “Elogio del egoísta” recogía más o menos, y hasta defendía, esta manera de entender el egoísmo. Según Orwell, y según yo mismo, los egoístas agudos son “los bien dotados, los voluntariosos decididos a vivir su propia vida hasta el final”, sin inmiscuirse por ello en la de los demás, a quienes observan con lucidez. Muchas de las reflexiones que recoge el libro, sobre todo las que tratan sobre la soledad, la vejez, las certezas, el desprecio de que es objeto actualmente la intimidad, o incluso las que tratan sobre la vida en pareja responden a este egoísmo agudo. De hecho, en la segunda parte de Fiebre y Lanza, el informe que se hace sobre Jaime Deza para valorar su incorporación al servicio secreto que acabará convirtiéndolo en un “intérprete de vidas”, un “traductor de personas” o un “anticipador de historias” capaz de ver la verdad que ocultan los rostros de los otros, no es otra cosa que una radiografía del perfecto egoísta agudo. En su artículo de 1990, Javier Marías ya decía esto del egoísta:

“Es una de las pocas y agradables figuras que, por suerte, no intenta convertir ni salvar a nadie. Y es por ello, en última instancia, el único capaz de ver la verdad”.

Por entusiasmo estético entendemos la belleza lograda, el placer que provoca el impacto de cada una de las palabras en la novela, el relato bien construido, pero también la aspiración de compartir con los otros una historia que creemos valiosa. A estas alturas, nadie duda de la alta calidad estilística de la obra de Javier Marías. No hay que olvidar que sus digresiones siempre resultan muy cuidadas. Sus personajes, aun cuando están dialogando, no sólo se limitan a decir cosas muy interesantes, sino que las dicen muy bien. Son esmerados estilistas en la exposición de sus pensamientos. Ello quizá se deba al deseo del autor de que sus digresiones tengan interés por sí mismas, con independencia de la trama en la que están inscritas.

En palabras de George Orwell, el impulso histórico es el “deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad”. Hoy por hoy, a esto se le llama deseo de recuperar la memoria histórica (téngase en cuenta que digo “recuperar”, no “revisar”).  Y sobran los ejemplos en todo el libro. Éste es el más constante de los propósitos de la novela. Ese deseo de “ver las cosas como son” recorre, de principio a fin, Tu rostro mañana. Cuando Jaime Deza es contratado para trabajar en los servicios secretos británicos dependientes del MI6, lo que se le encarga es precisamente eso: que vea las cosas tal y como son, no sólo en el momento de la visión, en el presente actual, sino también en el futuro; que sea capaz de anticipar, con sólo mirar un rostro, las traiciones, delaciones e infamias que puede cometer cualquier individuo, porque en sí lleva las “probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y de circunstancias que por fin las conduzca a su cumplimiento”. Lo que se le encomienda al personaje no es sólo que vea el verdadero rostro de hoy, sino también el rostro de mañana. Todo el capítulo dedicado al secuestro, la tortura y la muerte de Andreu Nin responde también a esta actitud, al igual que la reivindicación de la figura del padre del narrador, trasunto de don Julián Marías, y muchos de los comentarios del profesor Peter Wheeler amplían y estudian este particular.

Por último, el propósito político. En su ensayo, George Orwell utiliza la palabra “político” en el sentido más amplio posible, y de este modo debemos entender también la última obra de Javier Marías, que tiene mucho de novela política. Este propósito responde al “deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir”. Por poner un solo ejemplo, el repaso que hace el profesor Peter Wheeler a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial ofrece una lúcida visión política no sólo de esa época pasada, sino también de ésta como consecuencia de aquélla. No salen demasiado bien parados los gobiernos actuales, a los que se tacha de corruptos. Esos mismos gobiernos que con todo tipo de injustificables excusas han iniciado una peligrosa restricción de las libertades tras el atentado terrorista del 11S. En un momento de la novela, el octogenario profesor concluye uno de sus parlamentos con la siguiente afirmación:

“Y aunque no seamos ya muchos los vivos que participamos activamente en la Segunda Mundial, para nosotros es una ofensa y una burla grave lo que en nombre de la seguridad, oh prehistórico pretexto, se proponen hacer e imponer estos tontos a la vez pusilánimes y autoritarios. No luchamos contra quienes querían controlar todos y cada uno de los aspectos de la vida de los individuos para que ahora vengan nuestros nietos a dar taimado pero cabal cumplimiento a las fantasías chifladas de los enemigos que ya vencimos”.

Y concluyo. Aunque son muchos los temas sobre los que reflexiona Javier Marías en Tu rostro mañana, todos ellos responden a estos cuatro motivos. Lo dicho sobre la muerte, la vejez, las certezas, el mal, la delación, los secretos, la memoria y el olvido, lo que se debe contar y lo que conviene callar, el conocimiento y la ignorancia, las ficciones que se terminan viviendo y las realidades inventadas, las amenazas que acechan a la integridad, los peligros que corre el hombre honesto, el silencio, la charlatanería de los ignorantes, la ñoñería y la soberbia de la época en que vivimos, la mediocridad de una sociedad en la que triunfan tantos mamarrachos o la corrupción generalizada de los gobiernos, participan de un modo u otro del egoísmo agudo, el entusiasmo estético, el impulso histórico y el propósito político que han llevado a Javier Marías a la realización de su última novela.

Y aunque nunca se deba contar nada, como también dice Jaime Deza, o es el propio Marías quien lo afirma, “contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento”.


Bibliografía:

Javier Marías, Tu rostro mañana I. Fiebre y lanza, Ed. Alfaguara, Madrid, 2002.
George Orwell, “¿Por qué escribo?”, en A mi manera, Ed. Destino, Madrid, 1976.
Javier Marías, “Elogio del egoísta”, Pasiones Pasadas, Ed. Alfaguara, Madrid, 1999
Entrevista de Ángeles García, El País, 3 de Octubre de 2004.

Ponencia publicada en las Actas del XII Simposio Internacional sobre Narrativa Hispánica Contemporánea de la Fundación Luis Goytisolo, La novela digresiva en España, 2004.