¿Nunca os sorprendió comprobar la rapidez con que la gente acoge como ciertas las historias que los demás les cuentan; la velocidad con la que asumen como real lo que puede que solo sea ficción?

¿No os admira la urgencia con la que a menudo acuden a vosotros para haceros partícipe de una historia a la que, indefectiblemente, otorgarán la categoría de verdadera solo porque aparenta haber ocurrido en lo que todos hemos convenido en llamar realidad?

¿Nunca sospechasteis del improvisado contador de esas historias?

¿Nunca dudasteis de sus palabras?

¿Nunca recelasteis de él y lo creísteis un farsante, un charlatán, un malicioso?

Y aun cuando aceptasteis creer que podría ser cierto lo que os contaban, ¿no permaneció en vosotros un atisbo de duda o un recelo?

¿Acaso descartasteis la posibilidad, nada peregrina, de que aquello que se os daba como verídico hubiese sido maquillado con una buena dosis de invención?

Si alguna vez os pasó esto que digo, ¿qué hicisteis? ¿Seguisteis en la creencia de que fue real lo que se os contó, o bien os instalasteis en la duda y lo juzgasteis solo como posible; es decir, como algo que bien podría haber ocurrido pero que quizá no ocurrió, o no al menos tal y como os fue revelado?

¿Nunca fuisteis testigo ocasional de la narración de un relato cuyo protagonista principal erais vosotros mismos?

En una charla con los amigos, en una cena en casa, en una agradable velada con personas de vuestra absoluta confianza, que os aprecian y hasta os quieren, ¿nadie habló nunca de vosotros y descubristeis con asombro que aquello que contaron no se ajustaba ni a lo que vosotros vivisteis ni a lo que vosotros sois o creéis ser?

Y cuando esto os ha ocurrido, si es que os ha ocurrido, ¿no os habéis visto convertidos de repente en un personaje de ficción, en una mera proyección imaginaria de la mente de otro?

Pensad, por ejemplo, en una experiencia vivida que creáis recordar bien, hasta el punto de ser capaces de contarla de nuevo con pelos y señales. Si es otro el que la cuenta, ¿no os parece entonces que brota de un territorio que os es por completo ajeno, o que no es del todo real, tanto si os la hacen creíble como si no?

Y si el contador improvisado de esa experiencia fue hábil y se dio maña a la hora de contagiar de fábula lo que podría haber quedado sepultado por la realidad y, por tanto, condenado al olvido de no haber sido relatado nunca, ¿no os halagó y os sentisteis agradecidos?

¿No os alegró comprobar que también vosotros, y vuestras insignificantes vidas, si es que alguna vez os parecieron insignificantes, pueden perdurar y volver a suceder en ese territorio brumoso y difuminado al que todos hemos convenido en denominar ficción, una y otra vez, y cada vez que vuestra historia sea contada o leída?


Imagen destacada: Space between the words, de Rob Gonsalves.