Página personal de Agustín Celis

Guárdate de los Idus de marzo

Nací tal día como hoy de hace ahora treinta y siete años. Siempre me complació saber que para los romanos era una fecha de buen augurio. Los Idus de marzo los llamaban ellos. Desde el año 44 a. de C. es también el día en el que asesinaron a Julio César, probablemente el más conocido magnicidio de toda la historia.

Busto en piedra de Julio César

La Muerte de Julio César

“Guárdate de los Idus de Marzo” era el consejo con que un agorero romano llevaba días saludando a Cayo Julio César, que por aquel entonces ya había sido nombrado rex sacrorum, máximo cargo religioso de Roma. Lejos estaba el hombre más importante de su tiempo de imaginar que aquel 15 de marzo del año 44 a. de C. iba a ser su último día.

La descripción que de él nos ha llegado es la de un hombre excepcional: un astuto político, un hábil estratega militar, un escritor talentoso y un amante con notable atractivo personal. Era aclamado por las multitudes y respetado por sus enemigos, con quienes se mostraba magnánimo. Su desmedida ambición le hizo disfrutar de los honores más altos, como el consulado vitalicio, la dictadura perpetua y el dictado de Padre de la Patria, entre otros honores. La historia se ha encargado de cuidar la memoria de su muerte, que pasa por ser el magnicidio más famoso de todos los tiempos.

Los elementos dramáticos que se acumulan alrededor de su muerte, no exenta de cierta ironía, merecerían figurar en una nueva historia universal de la infamia. El escenario es bien conocido. Suetonio, Plutarco, Shakespeare o Goethe, entre otros, recrearon con pequeñas variaciones los últimos momentos de la vida de César. En todos ellos hay un héroe, una advertencia, una conjura, dos infames cabecillas y 23 puñaladas asestadas en un cuerpo que cae muerto a los pies de la estatua de su máximo rival, amigo, yerno y en los últimos tiempos peor enemigo, Cneo Pompeyo Magno, asesinado en Egipto cuatro años antes.

Quiere la historia o la leyenda hacer de la muerte de César un brutal sarcasmo. Dicen que la noche previa fue ventosa y que su mujer, Calpurnia, gemía en sueños mientras él se levantaba sobresaltado por el ruido de puertas y ventanas, que se abrieron con violencia. Dicen que Calpurnia le rogó que no acudiera aquella mañana al Senado, y que él se burló de las supersticiones de ella como antes lo había hecho de los finalmente inútiles pero fatales avisos del agorero. Dicen que de los 60 conjurados dos eran los cabecillas, Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto, y que por despecho y ambición conspiraron contra la vida de César, pese a ocupar puestos de confianza muy cercanos a él.

El lógico desenlace tuvo lugar junto al Pórtico de Pompeyo, en pleno Campo de Marte. Estaba previsto que 20 senadores, de lo 60 conjurados, portaran dagas entre los pliegues de sus túnicas y que descargaran al menos un golpe cada uno, de modo que la responsabilidad del asesinato fuese colectiva. El plan se llevó a cabo con rigurosa precisión. Marco Antonio, el brazo derecho de César aquel año, nada pudo hacer para impedir el crimen desde la puerta donde fue entretenido por algunos de los instigadores. Entre tanto, uno de ellos, Tulio Cimbro, quizá aprovechando la fama de magnánimo con sus enemigos de que gozaba César, lo retuvo en un aparte para pedirle que perdonase a su hermano, que estaba en el exilio, en tanto que los otros aprovechaban la ocasión y el descuido para rodear a la víctima.

El resto está escrito en más de una obra maestra. Casi todos los autores de la antigüedad están de acuerdo en que fueron 23 las puñaladas recibidas, de las cuales al parecer sólo una fue mortal, precisamente la que le asestó Marco Bruto inmediatamente después de que Julio César pronunciara sus últimas palabras, que contraen aún más la tensión trágica de este curioso episodio histórico.

Julio César se ganó en vida fama de tipo duro con las mujeres. Tuvo numerosas amantes, de entre las cuales tal vez sea Cleopatra la más conocida. Pero también sedujo a las esposas de muchos de sus colaboradores. Postumia, la esposa de Servio Sulpicio; Lolia, la de Aulo Cabinio; Tértula, la de Marco Craso y Mucia, la de Cneo Pompeyo, gozaron de sus favores. Pero dicen que fue una tal Servilia, la madre de Marco Bruto,  la mujer por la que el rex sacrorum manifestó durante toda su vida una mayor pasión. Quizá  esto explica esas últimas palabras de César que nos da Shakespeare: “¿Tú también, Bruto?”.  O esas otras de Suetonio, aún más dramáticas: “¿Tú también, hijo mío?”

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Texto publicado en Historias Curiosas, Agustín Celis, Ed. Añil, 2001.

 

 

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4 comentarios

  1. Felipe

    Felicidades compadre!

  2. Angela

    Felicidades, Agustín.

  3. Gregorio

    Felicidades, Agustín

    A ver si te dejas ver más por el blog de AMM

    Gregorio

  4. Gracias a los tres por vuestras felicitaciones. Os leo a diario en lo de AMM, aunque apenas comente.
    A ti, Ángela, te leo además en tu blog.
    Felipe, nunca te lo he dicho, pero me gustan mucho tus poemas
    Abrazos

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