Página personal de Agustín Celis

Un curioso aniversario

Ayer hizo cinco meses que escribí por última vez en este blog. Otros asuntos me han tenido ocupado, alejado y disperso. Para qué, me he preguntado en más de una ocasión. Y aunque a veces he estado tentado de retomarlo, acicateado por la realidad, al final siempre me ha terminado venciendo la pereza, la desgana y el cansancio. También la indiferencia. Esta noche, sin embargo, he regresado a casa con ganas de ponerme a escribir. Hace un rato venía en el coche pensando en ello. Regresaba de una fiesta de Halloween en Sanlúcar, donde he pasado la tarde y la noche, como acostumbro hacerlo siempre en esta fecha, en compañía de unos amigos. Mi hijo Darío y mi sobrina Cristina iban detrás dormidos, agotados de tanta risa y tanto miedo como han gastado hoy. Yo iba solo conduciendo delante, de camino a casa, atento a los peligros de la carretera sin una sola alma, pensando.

Hoy es aún 31 de octubre. Esta noche es Halloween. Mañana será el día de todos los santos. Inevitable no pensar en algunos ausentes. En los más recientes sobre todo: en Melero, en Maruchi, en mi primo Javier. Iba conduciendo pensando en ellos. También en la fiesta en la que he estado, en la casa del terror en la que me he adentrado llevando de la mano a mi sobrina, que estaba deseosa de que le dieran un susto. Darío se quedó fuera con un amigo porque le daba demasiado pavor; esa mezcla de fascinación y miedo que experimenta un niño de cinco años que empieza a sentir la atracción por lo abominable. Bendita atracción.

En todo eso pensaba hace un rato de camino a casa, en el coche, cuando de manera caprichosa, a traición, sin preverlo ni buscarlo, se me ha impuesto una fecha que ahora ya aquí, en casa, gracias a San Google, patrón de los perdidos, ha convertido esta noche en la noche en la que se cumple un curioso aniversario que me apetece recordar aquí y ahora.

Pensaba escribir sobre lo mucho que me gusta la milenaria fiesta pagana de Halloween y por qué me parece digna de celebración, pero creo que lo voy a dejar para otra ocasión, para otro año. En su lugar voy a festejar este momento. El momento en el que he descubierto y recordado que esa fecha que ha cruzado por mi cabeza era exacta y banal. 31 de Octubre de 1971. Supongo que nadie recuerda ya ese día ni lo que en él ocurrió. Pero yo sí, porque ese día tuvo lugar un suceso que hace algo más de diez años me entretuvo ocupado unas horas buscando información para un texto que luego formaría parte del primer libro que yo escribí. Y aunque ese libro ahora me parece muy malo, algunas de sus páginas me siguen divirtiendo y es bueno que así sea. Hoy sé que no las escribiría, pero a la vez me alegro de haberlas escrito. Qué sé yo…, me resulta curioso que alguna vez me llegara a interesar un asunto como el que hoy quiero recordar en esta entrada, por banal que resulte.

El 31 de octubre de 1971 tuvo lugar la insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona. Y cuarenta años más tarde, por esas cosas que pasan, me ha resultado extraño, curioso y extravagante descubrir que, si a San Google se le pregunta por el suceso en cuestión, lo primero que sale es el texto que yo escribí para mi libro de curiosidades.

 

El Cipote de Archidona

Camilo José Cela y Alfonso Canales calificaron este suceso como La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona. El episodio resulta espectacular y por eso lo refiero en esta colección de curiosidades. Para una mayor y más detallada información sobre el caso remito al lector al divertidísimo libro antes mencionado.

Ocurrió en Archidona, provincia de Málaga, el 31 de Octubre de 1971. Era ya de noche y en el cine del pueblo una pareja de novios disfrutaban viendo juntos una película musical de moda en la época. No ha quedado constancia de los motivos que incitaron a la protagonista a hacer lo que hizo, pero se sospecha que quizá la música, o alguna escena o incluso el encanto del momento propiciaron que ella tomara aquella decisión. Más tarde declaró que no sabía el cómo ni el porqué. Quizá a su novio no le sorprendió tanto que la mano de ella hurgase en su cremallera aquella noche, quizá ya era un hábito que habían adquirido e incluso una costumbre. El chico, a quien llamaremos A.A.M. tal y como aparece en el fallo que dictaminó el juez, debía de ser consentidor y hasta generoso. No opuso el menor obstáculo cuando a ella se le ocurrió comenzar los toqueteos, se dejó hacer complacido, probablemente arrellanado en el asiento, que debía de ser cómodo. No previó las consecuencias que el laborioso ejercicio de su acompañante, a quien llamaremos P.B.A, podía tener. Todo parece indicar que la voluntad de ambos se hallaba exclusivamente centrada en el goce. No hay dudas al respecto; la ejecución de ella fue espléndida. A menudo en este caso se ha tendido a olvidar el importantísimo papel que jugó la chica para mayor gloria de su novio, a quien Cela llamó muy acertadamente “honra y prez de la patria y espejo de patriotas”. Debemos reivindicar no obstante el celo apasionado y la vehemencia desprendida con que ella remató tan delicada tarea.

Me parece conveniente copiar las palabras con que Alfonso Canales resume el momento culminante de la noche. Aparecen en una carta que dirigió a Cela el 3 de febrero de 1972:

“El caso es que, en arribando al trance de la meneanza, vomitó por aquel caño tal cantidad de su hombría, y con tanta fuerza, que más parecía botella de champán, si no geiser de Islandia”.

Como este asunto fue llevado esa misma noche a la judicatura, ha quedado escrito que el chaparrón seminal salpicó a los espectadores de la fila trasera e incluso a los de la posterior. Comenzaron los gritos de extrañeza, alguien encendió la luz, identificaron la naturaleza indudable de las manchas y se hizo el escándalo. La novia que enrojece al verse sorprendida in fraganti, el novio avergonzado que trata de ocultar sin conseguirlo el cuerpo del delito, un prestigioso industrial que se queja del espectáculo al ver que su terno recién estrenado ha sido víctima de la eyaculación, una señora de la alta sociedad archidonense que estalla en gritos de histeria tras descubrir gotas de semen en su cabello, y por todo el cine voces indignadas, insultos malsonantes, palabras de indecencia en las bocas de los afectados, preguntas sin respuesta y seguro que más de una sonrisa jocosa en labios comprensivos.

Lo que resta del suceso tiene un color semejante a un auto de fe: una causa que se abre, un proceso que se estudia a conciencia, un juez que dicta sentencia y una moral que de nuevo impone su ley con el matrimonio honesto, intuitivo y urgente de los inculpados.

Tres décadas después, y visto con perspectiva, este glorioso suceso quizá no sea otra cosa que una anécdota simpática de los últimos años del franquismo en España. Pero en su día fue todo un escándalo con abundante publicidad, el libro que hizo Cela y el rodaje posterior de una película, por cierto, malísima.

Hago mías las palabras de Don Camilo en su carta respuesta a Alfonso Canales del 7 de febrero de 1972:

“¡Bendito sea Dios Todopoderoso, que nos permite la contemporaneidad con estos cipotes preconciliares y sus riadas y aun cataratas fluyentes! Amén. ¡Viva España! ¡Cuán grandes son los países en los que los carajos son procesados por causa de siniestro!”

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Publicado en Historias Curiosas, Ed. Añil, Madrid, 2001

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Enlace web: Cela comenta la insólita hazaña

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2 comentarios

  1. Feliz aniversario, Agustín 🙂

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