Salida de un baile de máscaras, de José García Ramos, 1905.

Como siempre, como a todos, toda la tarde lo estuve juzgando en silencio.

En el fondo sabes que tengo razón, lo que ocurre es que no te atreves a reconocerlo.

Durante horas que se me hicieron minutos repasó banalidades de primerísima actualidad. Más por curiosidad que por interés fingí gradualmente, sin pronunciar palabras, asombro, duda, confusión y alarma. Lo suyo se parecía demasiado a una arenga, a un discurso, a una homilía. Cualquiera que lo hubiese estado oyendo lo habría creído un loco, un exaltado, un fanático. En algún momento, un hombre peligroso.

Aquella fue la frase clásica que eligió para terminar su proclama. Seguramente comprendió que nunca me iba a convencer.

En el fondo sabes que tengo razón…

Asqueado de argumentar, cansado ya de tanto querer tener razones, opiniones, motivos, toda la tarde guardé silencio y lo dejé hablar, íntimamente de acuerdo con cuanto decía, hipócritamente en contra.